-¿Te gustaría vivir en la Casa del Espejo, Michi? Me pregunto si te darían leche ahí también. Tal vez la leche del Espejo no sea tan buena para beber como la nuestra... Pero, Michi, fijate que ahora llegamos al corredor. Si se deja abierta de par en par la puerta de la sala, se alcanza a distinguir un atisbo del corredor de la Casa del Espejo, y por lo que se ve es muy parecido al nuestro, sólo que puede que sea muy distinto más allá... ¡Qué lindo sería, Michi, si pudiésemos atravesar el espejo y entrar en la Casa! Estoy segura de que hay cosas hermosas ahí. Juguemos a que hay un medio, algún modo de entrar... Juguemos a que el cristal se ablanda y se vuelve completamente suave, como una gasa; así sí podríamos atravesarlo.
-Mientras esto decía, se dio cuenta de que estaba subida sobre el estante de la chimenea, y no sabía cómo había llegado hasta ahí. Y por cierto que el cristal estaba en realidad comenzando a desleírse como si se tratara de una blanca neblina plateada.
En un instante, Alicia había atravesado el cristal y de un saltito se encontró en el Cuarto del Espejo. La primerísima cosa que hizo fue mirar si había fuego en la chimenea y le dio mucho gusto ver que lo había y muy bueno, tan vivo y brillante como el que dejó en su sala.
-De modo que estaré tan abrigada aquí como en nuestra vieja sala, más abrigada aún, ya que no habrá nadie que me regañe para que me aleje de la chimenea. ¡Cómo me voy a divertir cuando me vean desde allí, tras el Espejo, y no puedan llegar hasta mí!
De Alicia tras el espejo, de Lewis Carroll, traducción de Cora Bosch, Editorial Atlántida, Buenos Aires, 1973.
En homenaje a mi tía abuela Laura Chantré, por sus libros-juguetes y sus canciones en francés de mentirita.
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