24.6.09

La propia y la ajena

Los tiempos felices -dicho con la sinceridad brutal de Hegel- son "las páginas vacías de la historia". Sólo cuando la filosofía, con los hegelianos de izquierda, cambia el eje del merecimiento por el de la autenticidad, y la pregunta la hace desde la política emancipatoria, no desde la ética, la felicidad propia y la ajena se convierten en un solo problema.

La felicidad propia, para ser auténtica y no falsa, necesita que se den las condiciones materiales para la ajena. El ascetismo deja de ser índice de merecimiento. La política, en compensación, pasa a ser enmascaramiento de los intereses de los poderosos, a menos que se vuelva emancipatoria y cree condiciones materiales igualitarias para que todos puedan satisfacer las necesidades corporales. Así, aunque no todos lleguen a ser felices (porque la felicidad excede la tranquilidad económica y el vivir en una sociedad justa), los que sí lo logren, lo lograrán de un modo auténtico.

El amor es el terreno donde todos podrían ser felices y donde la felicidad, por eso mismo, se les niega a todos. Aquí no importan las cualidades personales. El derecho a ser amado es el único derecho que no se puede reclamar en nombre de la justicia (...) Adorno dice que la prueba del amor verdadero no está en recibir la misma cantidad de amor que se da, sino en no ser manipulado cuando uno se encuentra frente al otro en la posición ideal para ser víctima de su manipulación. Esta fórmula valdría para cualquier forma del amor, desde la amistad hasta las relaciones entre padres e hijos. La manipulación es más normal y frecuente que el desamor.

Fragmentos del reportaje de Claudio Martyniuk a Silvia Schwarzböck, doctora en Filosofía de la UBA, publicado en el Diario Clarín el 7/6/2009.

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