Luna de Herodes
Si en la noche inmóviles policías sujetan perros de boca en piedra, yo tiemblo. Quiero alejarme no puedo, como en sueños.
Entonces alzo la mano a mi pecho traspasado. No sea que a lo lejos entre selvas de hueso y aliento salga el aullido de aquel que devora mis entrañas. Y aullando prolongue en los perros guardianes un odio en silencio y dientes, que por milenios me persigue.
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