8.2.09

Brujas

Y que no vengan las feministas a criticarme, porque yo convivo con un ex presidente de la Nación y la Presidenta soy yo. Las cosas que hay que resolver en este ámbito, que es momentáneamente la casa donde vivo, nunca se las consultaron a él. Ni antes, ni ahora. Sigo siendo yo. Esto pasaba en el estudio jurídico y en todas partes (...). También soy la que reta a Florencia cuando hace cosas que no tiene que hacer. Porque siempre las brujas somos nosotras. Estamos condenadas por el sexo y por la historia. Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

(…) la señora Presidenta asumió que le quede tiempo o no, ella es la encargada de las cuestiones domésticas y de crianza en su familia, haciendo público que también padece la doble jornada laboral –que así la suelen llamar las feministas– aun siendo la presidenta de la Nación. Ajá. Lástima que de inmediato asuma esa desigualdad como una condena que recibió en la cuna o aun antes, cuando el médico dijo “nena” –así era antes–, condena que recibieron otras antes que ella, todas las otras antes y después de ella, porque así es la historia. O sea: la doble jornada laboral sería, según su discurso, un atributo de nacimiento al que se puede abordar con humor y sin críticas –y con calefones y lavarropas nuevos, porque total el auto para ir a pasear lo tienen los varones–. (...) señora Presidenta, hubo y está en curso una revolución en este mundo cuyos cambios más notorios empezaron a verse hace más o menos 60 años y que tiene como protagonistas a las mujeres y como líderes a las feministas (...) la doble jornada laboral es una inequidad cotidiana que exige políticas de Estado y hasta obra pública –por ejemplo: la creación de guarderías– y es una demanda de millones de mujeres movilizadas que han entendido lo contrario de lo que usted enuncia. Todo esto dicho desde la ingenuidad, ya que es de suponer que no hay intención en este anuncio de decirles a las mujeres que no busquen trabajo, que va a haber poco, ya se ve, y se queden en su casa con sus aparatos nuevos. Sobre todo porque a esta altura de la revolución feminista quedan muy pocas mujeres que se encandilen con lavarropas o calefones como sucedió, tal vez, después de la Segunda Guerra.
Marta Dillon
Para leer el artículo completo: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/26-4710-2009-02-08.html

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